February 15, 2007

nostalgia del que ama una sirena.

Una habitación con pasto, paredes completamente cubiertas de enredaderas y flores amarillas. La luz de mediodía que entraba por las persianas entreabiertas de un ventanal creando una serie de figuras en su cuerpo desnudo. Era clara su excéntrica belleza, como de otra naturaleza. Su cabello largo y ondulado, de un color innombrable, cubría un colchón musgoso en la esquina del lugar. Siendo un hombre de naturaleza escéptica no quise saber más del asunto, así que salí del lugar con un sentimiento bastante extraño, olor a tierra húmeda en las manos y un par de zapatos menos.

Te preguntarás quién era ella y por qué la dejé ahí, seguramente esperando alguna respuesta coherente, pero debo admitir que desde que la conocí no existe tal cosa y lo único real es que con ella aprendí, modifiqué y moldeé mis ideas. Conocí que el caos no siempre es malo y que la locura no tiene nada que ver con situaciones o actitudes, sino con una condición humana meramente natural. No soy amante de las descripciones físicas ni mucho menos, así que dejaré a tu vívida imaginación la construcción de su fotografía.

Sería conveniente, como en cualquier caso, comenzar por el principio... pero esto no es cualquier caso. Me senté en el borde de la cama mientras ella se paseaba descalza por el patio (lo menciono porque yo no entendía muy bien eso de no usar zapatos), muchas veces confudido con la sala o la cocina, debido a que todo era un gran jardín. Más tarde me platicaría cómo le surgió la idea de reemplazar la mayoría de los muebles por piedras, troncos y árboles. Para ella era natural que yo estuviera ahí cuando le daba por estar en ropa interior un rato, decía que era más que nada porque le inspiraba confianza y porque si me venía en gana visitarla tambien tendría que gustarme tolerar sus múltiples facetas. A menudo hablaba de aves azules, mariposas monarca y otros insectos cuyo nombre no logro recordar, pero aquel día en el que se paseaba descalza me habló de muchas cosas, especialmente sobre ella misma. Recuerdo con claridad su risa cuando empecé a tiritar del frío y me dió una cobija con olor a incienso.

He estado escuchando música, pero ya no me llena, supongo que hace falta la cotidianidad de ir al jardín de Estefania y verla bailar a la luz de la luna o por qué no, bajo la luz incadescente de tonos rojizos con que alumbraba su cocina. La recuerdo de repente, sobretodo cuando veo aquellos anuncios publicitarios de productos para cabello, cómo los odiaba; a veces se cortaba mechones enteros con un cuchillo de cocina, por simple curiosidad de saber que se sentiría, y resultaba que se echaba a llorar por horas, sólo para después levantarse y pegar su mechón recién cortado con cinta adhesiva en la pared del baño. Pero su cabello de criatura marina no se veía grotesco pegado ahí, por el contrario, más bien parecía algún detalle extraño de decoración. Estarás pensando que todo esto ha sido mucha descripción, nada concreto, nada entendible, nada realista... lo sé, pero es que no me ha quedado remedio, me siento como un narrador heterodiegético [un poco incoherente porque fui personaje clave en la historia de una sirena].

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